Empezamos a tomar conciencia de nosotros mismos cuando aprendemos a comprender nuestros sentimientos y emociones.
En este proceso, podemos experimentar diferentes emociones, y en ocasiones puede llegar a ser incluso una experiencia bastante atemorizante. Sin embargo, según vamos tomando conciencia del movimiento de nuestras emociones, vislumbramos más claramente esos impulsos ocultos que nos llevan a actuar de una manera u otra.
Lo cierto es que muchas veces nos comportamos guiados por miedos o enfados rechazados, evitados o no reconocidos. Algo muy similar también a las propias proyecciones en las que cargamos de responsabilidades y atributos propios a otras personas.
No basta con identificar las emociones.
Eliminar bloqueos pasa por experimentar de nuevo la emoción y permitir un re procesamiento de la información, desde un espacio de seguridad y confianza. Esto es importante, pues todos sabemos que experimentar determinadas emociones puede ser algo poco agradable. En general, acabamos cortando por lo sano antes de llegar a ese punto. Nuestras resistencias toman el mando presentándose en forma de defensas, pero también impidiendo una autoconciencia, y avance en nuestro proceso personal.
Lo cierto es que cuando tomamos conciencia de los sentimientos rechazados y bloqueados, y los experimentamos, estos acaban reduciéndose. No experimentarlos puede implicar también no verlos, y ser ciegos respecto a nuestro cuerpo y sus sensaciones, nos hace ciegos también en nuestras relaciones familiares, sociales y laborales. En definitiva, nuestra relación con el mundo queda fragmentada y distorsionada por asuntos no trabajados, “enfrentados” u olvidados para nuestra mente, pero no tanto para nuestra realidad inconsciente. Desde esta posición, es mucho más sencillo caer en la adicción, pudiendo acabar adictos al “amor” (amor dependiente), al sexo, al juego, al vacío interior, o a cualquier sustancia, actividad o hábito que nos sirva de analgésico emocional.
No saber lo que sentimos significa no experimentar lo que las cosas significan para nosotros.
Así, vivimos desconectados de nosotros mismos y de nuestra realidad interna, considerando normal y natural este estado ya desde el comienzo de nuestra infancia. Desde pequeños comenzamos a atacar nuestras propias emociones según lo que el contexto o nuestros padres vayan esperando de nosotros. La comprensión de la emoción queda desviada a nivel mental, pasando a tensar nuestro cuerpo, a disminuir la respiración y a bloquear nuestra capacidad de sentir. Acabamos siendo expertos negadores de nuestra realidad más profunda.
Nosotros, como terapeutas, hemos de comprender además, que en mayor o menor medida, todas las personas cargamos con cierta cantidad de dolor no reconocido y no descargado.
Tomemos nota, aprendamos a escuchar nuestro cuerpo y trabajar sobre ello. A partir de ahí, nuestros actos y decisiones serán más libres.
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